La
diabetes es una enfermedad crónica que, abandonada a sí misma, muestra
tendencia a agravarse progresivamente: sin embargo, es una enfermedad que
puede curar bien, en cualquier caso, a través de los remedios para la diabetes. Esta es la primera idea que es preciso que
quede bien clara en la inteligencia del lector: no es cierto, como consideran
la mayoría de los enfermos, que la diabetes sea incurable y ni siquiera que
sea de difícil curación.
Un tratamiento bien individualizado y escrupulosamente
seguido lleva, no sólo a la desaparición total de todos los trastornos, sino
también a la corrección de los desequilibrios funcionales y metabólicos que
constituyen la íntima esencia de la enfermedad: esto es lo que nos demuestran
los experimentos llevados
a cabo en animales de laboratorio y lo que confirma la observación clínica de
millares de enfermos, realizada durante varias decenas de años. Una diabetes no
curada o mal curada está destinada fatalmente a empeorar y puede ser causa de
gravísimas complicaciones, sobre todo a nivel del aparato cardiovascular y del
sistema nervioso.
La
convicción de que la diabetes puede curar constituye, para todos los enfermos,
el primer paso para el éxito del tratamiento. Pero las condiciones para la
curación de la enfermedad son dos fundamentalmente: la precocidad del diagnóstico
y la asiduidad y continuidad del tratamiento. Se trata de dos condiciones que
dependen casi exclusivamente de la inteligencia, de la responsabilidad y de la
buena voluntad del enfermo.
La
precocidad del diagnóstico (que, como veremos, sólo se puede establecer
mediante análisis de orina y de sangre) se basa esencialmente en la
observación de los primeros trastornos que deben inducir a suponer la
existencia de la enfermedad y a recurrir inmediatamente a los medios más
idóneos para determinarla. Es el enfermo quien debe advertir la aparición de
los primeros fenómenos, llamando la atención del médico sobre los mismos.
A la disciplina y a la constancia del médico están
encomendadas la regularidad y la asiduidad del tratamiento. La diabetes no es
una enfermedad que puede curarse con cualquier prescripción farmacéutica o
cualquier restricción de carácter alimenticio. El médico debe establecer un
tratamiento bien individualizado, racional y exacto, y someter al paciente a
controles periódicos de laboratorio; pero la obligación del enfermo es la de
seguir escrupulosamente, con método y con paciencia, las prescripciones del
médico, sometiéndose periódicamente a los controles necesarios. Un
tratamiento radicalmente prescrito y seguido en forma irregular, ocasional o
incompleta, está destinado al fracaso. El tratamiento de la diabetes puede
durar años, decenios y, a veces, toda una vida; pero esta constancia y esta
paciencia constituyen el precio que el enfermo debe pagar, de buen grado, para
gozar de una existencia perfectamente normal.
El éxito del tratamiento de la diabetes está ligado por
tanto a la precocidad del diagnóstico y a la continuidad de la terapia y de los
controles: estos son, por consiguiente, los dos puntos en los que haremos
hincapié a lo largo del estudio de esta enfermedad. Quien descuide los primeros
síntomas de la enfermedad y recurra al médico cuando la misma se presente en
fase avanzada deberá afrontar sacrificios mucho mayores (y con menos
probabilidades) para alcanzar la curación. Quien no tenga la paciencia de
seguir un tratamiento metódico y regular arrastrará la enfermedad durante toda
su vida y, a menudo, la verá empeorar progresivamente.